2 de abril, viernes.

Partimos a las 13,30 de Madrid con tráfico intenso pero sin problemas destacables. Al pasar Guadarrama el paisaje comenzó a cambiar de color adoptando un preocupante tono blanco, por lo que pensé por un momento que estábamos locos o confiábamos mucho en las predicciones meterológicas que pronosticaban una mejoría del tiempo.


Después de comer en el área de servicio de Arévalo y aunque no estaba planificado, decidimos visitar las lagunas de Villafávila y el desvío mereció la pena. En una llanura típica castellana, desarbolada y en la que se pierde la vista, aparecen grandes zonas cubiertas de agua y multitud de aves que se distinguen casi a simple vista. Nuestros deseos de parar se ven truncados por la inexistencia de lugares adecuados, ya que los laterales de esta rectilínea carretera rebosan agua. No obstante encontramos un pequeño lugar donde pudimos observar a corta distancia varias especies entre las que distinguimos fochas, abocetas, zulones y agachadizas. Continuando pronto encontramos el centro de interpretación que tiene un pequeño recorrido a pie por las lagunas donde varios “hites” que imitan los palomares típicos de la zona, se abren a éstas pudiéndose observar sin dificultad varias especies de aves como fochas, ansares de dos tipos, patos colorados, azulones, tarros blancos, porrones y abocetas también en grupos numerosos. Pero el tiempo no invitaba a pasear, más bien todo lo contrario: un viento frío calaba hasta los huesos, por lo que no hicimos todo el recorrido aunque sí disfrutamos del centro de interpretación muy cuidado.

Continuamos por carreteras locales hacia la Sierra de la Culebra. La lluvia dejaba paso a un luminoso sol, y éste a su vez a pequeñas granizadas. Esta rápida alternancia intensificaba la luminosidad de los paisajes que ibamos recorriendo. La torre románica de la iglesia de Tábara, nos recibe abriéndonos las puertas a esta peculiar sierra.

A las 20,00 llegamos a Villardeciervos, bonito pueblo de esta zona con casonas de piedra y balcones de madera, algunos laboriosamente trabajados. Buscamos un lugar tranquilo y protegido donde pasar la noche. Después de darnos un breve paseo por sus solitarias calles, el intenso frío nos obligó a recogernos pronto.

3 de abril. SábadoAmanecimos con tan solo 3,5ºC en el exterior. Nos desperezamos y buscamos pan que encontramos en una panadería de leña, de esas que cada vez quedan menos, aunque nos dijeron que por la zona había varias. Compramos, como no, una buena hogaza de 1 kg que nos duraría hasta entrados en Portugal. Pusimos rumbo a San Pedro de las Herrerias, en el corazón de la Sierra de la Culebra. La información que había leido decía que tenía bonitas vistas, pero sólo era eso y tan poco destacable. Regresamos a Villardeciervos para tomar la carretera hacia
Mombuey. Preguntamos a un lugareño que partía leña a la puerta de su casa, y muy locuaz, nos habló de Linarejos y nos recomendó Sta Cruz de los Cuérragos, como lugares peculiares, casi deshabitados. Así, decidimos internarnos más en esta sierra descubriendo paisajes pelados cuya única vegetación parecía ser los brezos que comenzaban a pintarse de color morado con la llegada de la primavera.
Pedroso de la Carballeda nos recibe con unos castaños milenarios impresionantes, que resultaron después ser los parientes jóvenes de otros ejemplares que podriamos disfrutar por la zona de Sanabria. Al pasar de largo por este pueblo nos llamó la atención su calle principal en la que a ambos lados se levantabanr viejas casas de piedra y pizarra. Llegamos a un estrecho túnel que pasaba por debajo de las vías del tren. (Angel tuvo la paciencia de medirlo: 10 pies del nº 41). Este tunel nos dio paso a Linarejos, y a partir de aquí una estrecha y sinuosa carretera que transcurre entre brezos, nos lleva hasta su final, a Sta Cruz de Cuerragos.

Una casa en cuyo dintel aparece grabada la fecha de 1810, da paso a lo que parece ser la calle principal de este bonito lugar. Pero ante nuestros ojos se abre un pueblo no tocado por la mano del hombre desde hace siglos, dormido en el tiempo, suspendido en el pasado, y esto lo dota de una belleza inusual. Casas de piedra, con balcones de madera y tejados de pizarra con una rectitud de líneas que ha vencido al tiempo. Pasear por un lugar así despierta unas sensaciones especiales, distintas. Y el silencio y la quietud del lugar contribuyen a incrementarlas. Parecía un escenario preparado para rodar una película, como si por sus calles fueran a aparecer súbitamente todas sus gentes rompiendo con el colorido de sus ropas la monotonía de los colores grisaceos y pardos y con sus voces el silencio. Tan sólo pudimos observar un par de casas que parecían reconstruidas pero que no destacaban nada sobre el conjunto. Era un lugar ...quizás el calificativo que más se aproxime aunque no lo describa sea el de “auténtico”. Recorrimos sus rincones atrapados por toda la magia que desprenden lugares así. Empujamos con sumo cuidado una gran puerta y allí había un carro que sólo esperaba el yugo con los animales para partir. Volvimos de nuevo a su calle principal y encontramos una pareja que supervisaba la restauración de una casa. En el interior, la rectitud de las paredes de piedra era casi perfecta y nos comentaron que incluso las vigas se salvaban al ser de castaño y haberlas protegido el humo. Nos dijeron que tan solo una persona habitaba el pueblo permanentemente y que ya en primavera le acompañaban dos más.

Pese a lo deshabitado del lugar y a la cierta impresión de abandono, todo estaba cuidado y limpio. Salimos del pueblo y por un camino entre viejos castaños llegamos a un curioso cementerio encajonado en un barranco. El lugar era también delicioso. Alrededor se veía “hozado” por los jabalíes y no muy lejos les pudimos oir gruñir. Deshicimos el camino y regresamos a la camper, todavía como hipnotizados por el lugar. Es ya la segunda vez que algún lugareño nos habla de visitar algún pueblo o lugar especial (la primera en las Hurdes, “El Moral”) y al igual que en la otra, nos deja impresionados. Cuando diseñe un viaje tendré que dejar “sitio” para estas sugerencias que suelen ser mucho más acertadas que las que aparecen en cualquier guía o artículo por bueno que sea.

Dejando atrás la Sierra de la Culebra, pusimos rumbo a Mombuey de nuevo entre brezales y con la sierra de la cabrera al fondo en la que blanqueaban sus cumbres nevadas. Cruzamos el embalse del Valparaiso y llegamos a este pueblo en el que destaca su curiosa torre románica del siglo XII que no tiene ningún parecido con otras que hasta ahora he podido contemplar.

Subimos a Donado y Muelas de los Caballeros sin nada especial que destacar, aunque sí mencionar que en Donado, alrededor del santuario de la Virgen peregrina hay un buen sitio para pernoctar, tranquilo y llano. Llegamos a Palacios de Sanabria y la sierra de la Cabrera, ahora más cerca, cerraba un bonito paisaje.

En Puebla de Sanabria decidimos ir a Sotillos para subir a sus cascadas. Llegados allí, descendimos por un estrecho camino asfaltado hasta una pequeña zona recreativa, con bancos y mesas y un precioso río que bajaba cargado de agua. Había el sitio justo para dejar un par de coches, pero pasando el río se abría una pequeña zona llana en donde decidimos pasar la noche.

De aquí partía el sendero hacia las cascadas, pero era también aprovechado por el agua para descender por él por lo que andar se hacía complicado, siempre bajo la amenaza de equivocarnos o desequilibrarnos y meter un pie donde no debíamos, así es que nos salimos de él intentando avanzar paralelos al río. Grave error, ya que cada vez se nos hacía más dificil avanzar internándonos en un bosque de robles joven que cada vez se cerraba más. Los arroyos bajaban por todos los sitios teniéndolos que sortear, nuestros pies se enterraban en la hojarasca y no eramos capaces de encontrar el camino. Por un momento me preocupé, me enfadé y golpeé la garrota contra un roble rompiéndola. Casi 20 años acompañándome para morir por un tonto cabreo...Regresamos casi una hora y media después desconsolados y tras cenar, nos preparamos para pasar la noche. A las 20,00, los 12ºC que marcaba el termómetro no hacían presagiar que sería una noche muy fría.

4 de Abril. Domingo

Pero alrededor de las 5 de la mañana estoy “acorralada” en un rinconcito y Angel me despierta diciéndome que tiene mucho frío. No le hago mucho caso y le respondo que se está haciendo mayor, pero él me enseña el interior de los cristales en los que se había congelado de vapor. Nos dormimos de nuevo y a las 8 de la mañana despertamos. El exterior impresiona: todo aparece cubierto por un manto blanco de hielo que ha caído por la noche. El termómetro exterior marca –2,5ºC. Pese al frío nos desperezamos y nos preparamos para iniciar el ascenso hacia las cascadas de Sotillo alrededor de
las 9,30. El agua aprovecha en muchas ocasiones el camino discurriendo por él. Al principio se piensa donde se van poniendo los pies para no mojarnos y la marcha se hace algo lenta, pero luego se adquiere una gran habilidad y aunque es algo incómodo se hace de forma muy rápida. El camino no deja de ascender suavemente entre un bonito bosque de robles que aún carece de sus hojas. Los acebos, algunos enormes, y los abedules se mezclan con éstos. El camino es precioso con algunos rincones espectaculares, y no dejo de pensar que con hojas debe ser impresionante.

Después de una hora y media aproximadamente comenzamos a oir la caída del agua. Bajamos un trecho pronunciado y accidentado para encontramos unas preciosas cascadas que se preciciptan al vacío unos 10 metros. Tras disfrutarlas un rato, comenzamos el descenso.

Nos habían dicho que era mejor bajar por un lugar distinto al de la subida y además, este consejo unido a que el inicio del camino de vuelta era una pronunciada subida, nos decidió a bajar por un sitio diferente. Pero esta bajada resultó ser una “rompe-piernas”, por lo menos las mías, ya que es además de ser pronunciada era accidentada. Una rodilla me empezó a fallar y empecé a temer por ella y por mi estabilidad, pero afortunadamente la bajada es tan pronunciada como corta y pronto nos encontramos en la rivera del río, donde el camino o vereda circulaba ya por zonas más o menos llanas.

Tras unas tres horas de caminata regresamos a al pueblo después de describir un recorrido más o menos circular. Angel y David bajaron a por la camper y yo me quedé arriba con un intercomunicador por si algún coche se decidía a bajar, ya que dos vehículos no cabian por ese camino, pero hubo suerte y conseguimos subir sin ningún problema.

Desde aquí iniciamos una pequeña ruta por algunos pueblos de la zona. Subimos a Las Rozas que tenía una bonita iglesia románica, unas preciosas vistas a la sierra nevada y un impresionante castaño milenario. De aquí hacia Rábano de Sanabria con un crucero en una plaza que tenía un curioso esqueleto sentado, unas bonitas casas de piedra, pizarra y balconadas de madera, y una torre de campanario por la que nos asumamos a sus negros tejados de pizarra Comimos en Nuestra Sra. De Alcobilla, una ermita en medi
o de la nada rodeada de un conjunto de impresionantes castaños milenarios. No deja de impresionarme como unos seres vivos pueden llegar a vivir cientos y cientos de años. Por un momento, y mientras paseaba entre ellos, me detuve a pensar en qué año habrían sido plantados los más viejos: aproximadamente en el 1.000, y 100 o 200 años arriba o abajo carecían, en este caso, de relevancia. Y volví a decirme ese tópico tan usado de “si pudieran hablar”. Incontables cosas habían cambiado en mil años...pero otras habían permanecido inalterables, como las ovejas que ahora pastaban a sus pies o el paisaje de fondo.

Después de estos “profundos pensamientos” y dedicarle un tiempo a la nostalgia, fuimos a San Martín de Castañeda, al centro de interpretación que estaba cerrado por ser festivo. Así que decidimos ir al camping “El Folgoso” por el que habíamos pasado unos minutos antes. Una autocaravana vacía estaba en la recepción que estaba cerrada. Bajamos con la camper y pudimos ver gente acampada. El supermercado estaba cerrado, no veíamos a nadie, y casi a punto de irnos, encontramos el bar. Allí estaba su dueño que echaba tranquilamente una partida de cartas y quien nos dijo, sin levantarse y apenas dirigirnos una mirada, que nos pusiéramos donde quisieramos, que luego vendría a tomar nota, y así lo hicimos. Miramos los servicios: las duchas costaban nada más y menos que 1 €, los servicios estaban algo sucios y podrían vivir pingüinos y osos polares por su temperatura, más baja que en el exterior. Enfada por las instalaciones, por tener que abonar 4 euros más por ducharnos y por la atención, nos fuimos a ver si había otro por la zona abierto, pero no fue así: estaban todos cerrados, eso sí, vimos gente acampada libre, pero necesitábamos una ducha, así es que regresamos y nos instalamos. Descubrimos que la caravana que casi estaba frente a la nuestra era la de Eduardo y familia. Curiosa coincidencia, ya que habíamos salido sin saber donde estarían y sin números de teléfono de contacto. Nos dimos una ducha caliente con el tiempo más que justito y al terminar nuestros amigos habían regresado así es que después de “ordenarnos” un poco estuvimos charlando como si no hubiera transcurrido 1 año desde nuestro primer y único encuentro. Hacía las 9,30 nos retiramos y enchufamos el calefactor que en tan solo 5 minutos puso la camper calentita, a una agradable temperatura.

5 de abril. Lunes

Tras disfrutar de nuestro desayuno, nos despedimos de nuestros amigos que nos recomendaron visitar Puebla de Sanabria y la Laguna de los peces, que tenía nieve para que los niños disfrutaran, y allí nos dirigimos. Después de una bonita subida, cuando llegamos tan solo había un coche en el aparcamiento, y sus dueños no eran visibles. El paisaje, precioso: todo nevado, con la pequeña laguna, el intenso azul del cielo contrastando con el blanco inmaculado de la nieve roto tan solo por rocas y arbustos que emergían rompiendo esta aparente perfección de colores y tonos, y el silencio...no se oía ni veía a nadie. Andamos un poco hacia la laguna, pero no teníamos calzado adecuado e ibamos a terminar mojándonos con la nieve, así es que decidimos dar la vuelta. David, con sus 15 años recién cumplidos, jugaba con su hermano como lo que era aún, un niño, pese a que él se obstinaba en que ya no era así. Por supuesto tuvimos que poner el calzado y los calcetines de los niños a secar. Bajamos a Puebla de Sanabria, dejamos la camper en la plaza y ascendimos por sus empinadas calles hacia el castillo. Bonito pueblo que merece un paseo. Compramos una tarta de Santiago para desayunar y no nos pudimos resistir a comprar también unos dulces al parecer típicos, las piedras, consistentes en frutos secos envueltos en distintos tipos de chocolate. Deliciosos. Después de reponer nuestro frigorífico, dejamos atrás Puebla en dirección a Riohonor de Castilla, puerta de Portugal, y en este pueblo, en la parte española, junto a un río, comimos. Una curiosa señora se detuvo a hablar con nosotros y nos dijo que españoles y portugueses se quieren mucho y que están todos “revueltos”. A unos 100 m aparece Rio de Honor, el pueblo portugués. Justo en la frontera, el asfalto español es sustituido por los “paralelos” portugueses (adoquinado). Entramos en el Parque natural de Montesinho y la carretera retorcida, transcurre entre suaves y verdes lomas tapizadas de brezo con tonos rosados. El paisaje es suave y la vista se pierde entre pueblecitos pequeños que salpican de color blanco estas suaves elevaciones. Conducimos practicamente en soledad hasta Bragança. Entramos en la ciudad e intentamos llegar al casco histórico, pero nos perdimos 2 veces. Desesperados, nos rendimos y continuamos dejando atrás Vinhaes y Chaves, ciudades grandes, para llegar a Montalegre. Buscamos el aparcamiento junto a la torre del homenaje para pernoctar. El lugar era inmejorable: a nuestros pies se abría un precioso paisaje en el que la vista se perdía, y por detrás, su hermosa torre, único vestigio del castillo. Sólo me preocupaba el frío ya que era un lugar alto y desprotegido. Dimos un breve paseo por el pueblo, pero a las 7,30 de la tarde estaba casi todo cerrado y eso que la temperatura acompañaba (23ºC). A las 9,30 (8,30 en Portugal) el termómetro marcaba 7,5ºC. Nos acostamos pronto.

6 de Abril. Martes
El lugar elegido, aunque tranquilo, parecía ser un lugar de paso de grupos de adolescentes, suponemos que para no dar la vuelta a toda la ciudad, y algún gracioso había escrito algo con un rotulador negro, gordo, en el portón trasero de la camper, justo donde descansaban nuestras cabezas. La temperatura exterior era de 4ºC.
Desayunamos y nos dirigimos a la Sierra de Geres, a un monasterio en un pueblo junto a la frontera con Galicia. Atravesando bonitos paisajes llegamos a Pitoes das Junias y antes de entrar una señal a la izquierda nos indicó “cascata” y “Monasteiro”.


El asfaltado llega hasta el cementerio y aquí vuelve a aparecer de nuevo el adoquinado, casi perfecto. Al final de éste, en medio de la nada y
rodeados por un bonito paisaje, dos señales indicaban en sentidos contrarios una cascada a 900 m y el monasterio a 300. Todos, menos yo, decidieron ir a la cascada. La ida hacia abajo, y excepto dos tramos pronunciados, el camino era sencillo aunque en algún momento tuvimos que “sortear” el agua que descendía por la ladera pisando tablones y piedras. Al final una cascada que se veía a unos 50 m de distancia, bonita, pero nada sorprendente.

Deshicimos el camino y llegamos a un punto que nos dirigía al Monasterio. Las ruinas aparecieron encajadas en un angosto barranco en un lugar privilegiado. En un estado casi perfecto se encontraba una gran chimenea que parecía ser de la cocina en un piso superior del que el suelo había desaparecido. El horno debajo de esta gran chimenea. Escalamos hasta situarnos debajo de esta gran campana: a la derecha una gran pila que recibe el agua a través de un pequeño canal que entra en el monasterio y que rebosaba el agua que dejaba caer al piso inferior. Pese al estado, se podían distinguir algunas estancias monacales y del claustro central quedaban en pié tres arcos románicos. En el suelo, junto a la pared de la iglesia que parecía completa y que estaba cerrada, un sarcófago vacío. Por un pequeño agujero en la pared entraban y salían afanosamente las abejas que formaban parte de una colmena a la que seguramente jamás le “robarían” la miel. El silencio era total, y la soledad también.

Un pequeño cementerio y un gigantesco y viejo roble daban la entrada a este impresionante lugar. Un alegre y transparente arroyo discurría a un lado y un viejo molino terminaban de conformar este lugar especial. No sé si será por los años (¿afinidad?) pero estoy empezando a desarrollar una sensibilidad especial para estos lugares olvidados, escondidos y que en un silencio y soledad completa guardan celosamente historias de antiguos moradores. Me sobrecogen estos lugares. En mi imaginación trato de levantar sus estancias, de llenarlas de útiles y enseres, de gente, ...trato de llenar su silencio con el ruido del trajín diario, de sus conversaciones, de sus rezos y cánticos. Así, detenida debajo del viejo roble, a los pies de un empinado camino empedrado, ahora destrozado por el paso del tiempo, dibujaba con mi imaginación los carros tirados por vacas o mulas que bajaban cargados de trigo al molino del monasterio y les veía atravesar el pequeño puente que dejaba a su derecha el monasterio.

Subimos por el camino de vuelta a la camper y pusimos rumbo al Parque Nacional de Geres. Dejamos atrás Coelaes y Outeiro y por la N-308-4 caimos a la N-103 dirección a Braga. Esta retorcida carretera discurre por la ladera de montañas y al fondo aparece un valle excavado por el río Cavado. El paisaje, con toda la primavera en su esplendor, es una preciosidad. El color verde predomina y las parras, se alinean unas a continuación de otras entrelazándose a metro y medio del suelo formando pasillos por toda la ladera.


Esta es una zona muy habitada y las casas se ven dispersas mires por donde mires.
Tomamos después la desviación que de la N-103 sale hacia Geres y que llega hasta el fondo de una garganta atravesando el río Cávado y su afluente el Caldo que se han transformado en lagos por la presa de Caniçada. La vegetación se espesa según avanzamos y los robles aquí están vestidos de sus hojas recién estrenadas. Donde la garganta se hace más estrecha aparece Geres, entre una densa vegetación. Hoteles con cierto aire decandente de finales del XIX se alternan entre inmensos árboles de especies variadas, ya que Geres en su día fue una ciudad balneario. Continuamos hacia Portela Do Homem por una tortuosa y estrecha carretera que asciende entre diversas especies y variedades de árboles entre los que somos capaces de distinguir tan solo dos especies de robles, pinos, tuyas, avellanos y bosques de acacias mimosas que hasta ahora no había podido contemplar, al igual de las “tuyas”. Otras especies que no pudimos distinguir llenaban las laderas de esta zona. Una desviación nos conduciaría hacia Campo de Geres, internándose en pleno parque, pero al llegar a ella la desviación es una pista de tierra que desciende. Tras inspeccionar parte del camino andando, preguntar, ver como algún que otro rte del recorrido en otro sentido. Así regresamos a Geres y según el mapa, antes de Vilar da Veiga debía aparecer una carretera que llevaba a Campo de Geres, pero somos incapaces de encontrarla. Sin rendirnos, intentamos tomar dirección San Benito Da Porta Abierta y desde allí sí llegamos. El recorrido comienza por la izquierda de Geres para aparecer en un alto con unas vistas magníficas de todo el valle descendiendo entre bosques de acacias. Aunque no fue lo mismo, por lo menos mató algo el “gusanillo” de la curiosidad. Luego pudimos comprobar que la famosa desviación que no encontramos era una ante la que nos detuvimos dudando y cuya única indicación fue una señal de “circulación restringida a vehículos pesados”.
turismo entraba y otro se daba la vuelta, decidimos no arriesgarnos e intentar hacer por lo menos pa

Seguimos en dirección a Braga, que dejamos a tras, para dirigirnos al Santuario del Bom Jesús, situado en una colina y que se yergue al final de una monumental escalera barroca. Aparcamos arriba y desde allí, asomados a un bonito paisaje, comenzamos a bajar por esta impresionante escalera tallada en granito gris que contrasta con sus muros blancos encalados. Desde abajo y hacia arriba, la vista de esta escalera es una maravilla, realzada por un sol que la iluminaba justo de frente. Ahora quedaba subirla contemplando su sentido simbólico, pero no fue para tanto. Paseamos por el interior del santuario que no tiene nada destacable y dada la hora comenzamos a buscar un posible lugar de pernocta. Cerca del Santuario vimos una autocaravana francesa parada, pero que estaba recogiendo para irse. El lugar era muy bueno, pero el motivo de su marcha debía de ser un grupo de furgones de gitanos instalados allí con sus barbacoas. Así es que tampoco nos pareció atractivo y emprendimos la marcha. Ellos pusieron rumbo hacia la sierra de Geres, y nosotros a Guimaraes y la búsqueda se hizo dura. Ya en esta ciudad, entramos en la explanada del aparcamiento del castillo, pero curiosamente no había nadie. Preguntamos y nos dijeron que a las 21 la cerraban con cadenas. Así es que nos fuimos y dimos vueltas y vueltas. Nos instalamos en una calle lateral junto a este aparcamiento, pero el adoquinado duplicaba el ruido de los numerosos coches que pasaban. Así es que marchamos en busca de otro que encontramos de pura casualidad en una zona residencial, de chalets aparentemente muy tranquila. Eran ya las 10 de la noche (9 en Portugal) por lo que allí nos quedamos y descansamos muy bien, pese al adoquinado de la carretera.

7 de abril. Miercoles


Mañana espléndida, como todas hasta ahora. Dejamos la camper en el aparcamiento del castillo al que le dimos una vuelta –en realidad es una torre del homenaje a la que se añadió un castillo y que fue reforzado posteriormente- para visitar el palacio de los Duque de Bragança. Se accede a un patio interior alrededor del cual se distribuyen las distintas estancias, inmensas y calentadas por enormes chimeneas. Llaman especialmente la atención los techos de roble y castaño de la sala de los banquetes y de la de fiestas y la sencillez y elegancia de la decoración de todo el palacio. Su visita nos resultó muy agradable. De aquí bajamos hacia el centro histórico de esta ciudad paseando por sus callejuelas, hasta llegar a la impresionante plaça de Sao Tiago
con indudable sabor medieval: antiguas casas en saledizo rebasado por unos anchos tejadillos con balconadas de madera, coloreadas y con la ropa tendida al sol. De nuevo este sabor popular que tanto me gusta y que contrasta con los nobles palacios y ricas decoraciones, que también me gusta, pero de forma muy distinta. Por debajo de unos soportales góticos del ayuntamiento pasamos al convento de Nossa Senhora da Oliveira con un bonito claustro en el que como curiosidad, aparecen juegos tallados en la piedra como las tres en raya. De regreso pudimos disfrutar de una imagen “perdida en el tiempo”: una señora que llevaba sobre su cabeza un barreño con ropa. Imagen de mi infancia, que ya entonces comenzaba a ser extraña, cuanto más casi 40 años después. Me encantó volver atrás por un segundo y que los niños la vieran por primera vez.

Dirección Oporto, al centro. Según nos acercábamos al casco antiguo, las calles comenzaron a estrecharse cayendo hacia el río. En el corazón del viejo Oporto, aparcamos en el parking subterraneo del palacio de la bolsa. Nos dirigimos en primer lugar a la Iglesia San Francisco. Su exterior no hace imaginar lo que nos encontrariamos en su interior: una impresionante decoración barroca hace que los altares, los muros y las bóvedas desaparezcan bajo maderas talladas y doradas que representan todo tipo de imágenes, destacando el árbol de Jessé en una capilla y el altar mayor. Nunca habíamos Junto a esta iglesia está la casa de dos terceiros de san francisco, en la que llamó especialmente nuestra atención la cripta de la orden tercera de san francisco que es un auténtico cementerio o panteón subterraneo de franciscanos y nobles. En una sala situada al fondo, en el suelo ,se abre un agujero en cuyo fondo y a través de un cristal y una reja se puede ver un osario.
contemplado algo igual. Era un auténtico derroche. Pero curiosamente a mi no me resultó fea.

Nos dirigimos hacía el río no sin antes contemplar como cambiaban los asientos y el trole de sentido a un viejo tranvía. Bajamos una empinada calle y enseguida nos asomamos al río Duero. Nuestra idea era ir a la catedral (Sé) pero por la hora estaría cerrada, así es que decidimos pasear por la ribera del Duero. A estas horas estaba cuajado de gente que disfrutaba en las terrazas de la comida. El sol iluminaba directamente las fachadas pintadas, con la ropa tendida y los vivos colores contrastaban unos con otros De frente, en la orilla opuesta, “as caves” o barrio de las bodegas donde las típicas barcas de transporte de toneles de vino permanecían flotando en una sosegada espera mecidas suavemente por el agua.
Decidimos buscar un sitio para aprovechar el tiempo y después de pasear por esta rivera hasta el puente de D. Luis I mirando los precios de los menus, nos introdujimos por una callejuela en la que encontramos un sitio tranquilo y aparentemente más barato, y digo aparentemente, por que los bistec de los niños con patatas fritas, eran unos trozos de panceta grandes con mucho magro, y el bacalao que tomamos Angel y yo, le faltaba un poco de tiempo más en agua para desalarlo. Además, mientras esperábamos nos pusieron unas croquetas de bacalao y otro aperitivo más tambien de bacalao, junto con pan, una tarrina pequeñita de queso de untar y margarina,de lo que dimos cuenta rapidamente, pero nuestra sorpresa fue ver que no era un “obsequio de la casa” como hubiera ocurrido en España, sino que nos lo cobraron. Me pareció abusivo, aunque esto solo puedo achacarlo a nuestra ignorancia. En fin, no fue caro, pero tampoco una maravilla.

Despues nos sumergimos por calles estrechas subiendo hacia la Sé. Encontramos primero Lourenço dos grilos, con una bonita vista sobre la ciudad y en la que unos chavales, no más mayores que David se “calentaban unas chinas”. Al subir por una escalera hacia la Sé, nos sorprendió desagradablemente un chico joven “picándose” sin ningún reparo –bueno, se giró dandonos la espalda-. A la catedral se accede por una gran explanada y en el interior de ésta destaca el claustro, decorado enteramente con paneles de azulejos. A la terraza no se podía subir por estar en obras, pero igualmente está decorada de azulejos.

De vuelta ya, descendiendo por empinadas y estrechas calles con olor a rancio, paramos en una tienda a comprar un par de botellas de oporto que estaban un poco más baratas que en España.

De nuevo en la camper intentamos poner rumbo a Coimbra. Pasamos el puente de D. Luis I cruzando el Duero, y continuamos dejando el río a nuestra derecha y una sucesión de bodegas a nuestra izquierda. Como era la tónica general durante el viaje, las señales desaparecieron y tuvimos que preguntar.

Las calles estrechas se sucedían hasta que sorpresivamente dimos con la autovía hacia Coimbra y Aveiro. Nuestra intención era descansar un poco en la playa. Dejamos la autovía en Aveiro para adentrarnos en su ría. Atravesamos la ciudad dejando atrás sus canales y siguiendo las señales de “praias” llegamos al camping municipal de Ilhavo, al parecer unico abierto en la zona, por lo que a pesar de que buscabamos un camping con playa directa, nos quedamos allí. Estaba en un bonito pinar y todos nos agrupábamos al fondo, cerca de los unicos servicios que funcionaban ya que el edificio central estaba en obras. Nos acercamos a la playa, a unos 300 m. La calles aparecían desiertas. Realmente estos lugares típicos veraniegos, están tristes, e incluso algo fantasmales en epocas que no son las estivales. Por unas pasarelas de madera llegamos a la playa, pero un fuerte viento fresco nos impedia disfrutar completamente un bonito paseo. Estas pasarelas que unían la playa con las viviendas discurrían a lo largo de la playa, pero su fin era proteger la vegetación de las dunas, como así informaba un cartel. Después de una buena ducha, de “estirarnos” un poco y cenar, nos preparamos para dormir.

8 de abril. Jueves.
El día amanece un poco gris. Pero solo son nubes bajas ya que poco a poco va abriendo y apareciendo el sol. Nos dirigimos a Buçaco. Como la primera vez que lo visitamos, impresiona la belleza del lugar, no sólo el espléndido palacio hotel, sino su impresionante entorno natural formando un conjunto armonioso. Dimos la vuelta al hotel y un breve paseo por uno de sus tantos senderos disfrutando del lugar. Subimos con la camper a la cruz alta, desde donde se podía contemplar un hermoso paisaje. Bajando ya, nos acercamos a scendía en cascada 144 peldaños para ser recogida en un estanque rodeado de hortensias. Nos internamos unos metros por un sendero bordeado de helechos arborescentes, calas y hortensias disfrutando de este impresionante lugar. El entorno es espectacular y perderse por sus caminos y senderos, una maravilla, pero el “pero” es quizás el cierto “aire de artificialidad”. Y es que tengo que reconocer que si bien una hortensia o una cala son más elegantes y vistosas que una margarita o prímula, y un helecho arborescente más sorprendente que un roble, la sencillez de la margarita y la robustez del roble me parecen más armoniosas y me hacen sentir como parte del lugar.
la Fonte Fria para contemplar como el agua de



Dejamos este lugar paradisiaco atrás y nos dirigimos a Coimbra, directamente a su universidad. Después de comer frente a la facultad de matemáticas de la universidad nueva, entramos en la universidad “velha”. Visitamos la capilla y el palacio de las Escuelas donde se encuentra el salón de actos y desde donde se puede admirar una bonita vista de la ciudad. Pero sin lugar a dudas la joya más impresionante es la biblioteca que guarda 30.000 libros y 5.000 manuscristos en unas amplias salas (tres) decoradas en un color distinto cada una: verde, rojo y oro, donde de nuevo, el tiempo se detiene. Decidimos bajar hacia la “Sé Velha” que se encontraba en restauración por lo que no pudimos admirar su exterior y de su interior no destacamos especialmente nada.

Habíamos llegado al punto desde el que comenzaba ya nuestro retorno a casa, pero como aún era temprano, decidimos dirigirnos a unos 10 km de la ciudad, hacia Conímbriga, unas ruinas romanas. Y nas de dos casas: las de Cantaber, una de las mayores del mundo romano occidental donde se pueden admirar, entre otras estancias, los restos de las termas privadas con todas sus dependencias, el emplazamiento de las hogueras y el sistema subterráneo de circulación del aire caliente, unas piscinas privadas, y la decoración de una de ellas en forma de cruz, y los restos de la casa de los surtidores de agua en la que una pasarela facilita su visita. Se reconocen el vestíbulo
y el peristilo bordeado de un estanque con surtidores que hacen funcionar a ciertos intervalos de tiempo. Alrededor se distribuyen las habitaciones en cuyos suelos se pueden admirar unos mosaicos de una variedad extraordinaria. Por supuesto que la ciudad contiene restos de otras casas, del foro, de un acueducto, de una muralla y tiene un pequeño museo, pero especialmente estas dos casas merecen por sí mismas este pequeño desplazamiento.
realmente el lugar nos sorprendió.

Una vez agotado el tiempo de apertura del museo, dejamos estas ruinas en busca de un lugar para pasar la noche, uno descrito en una guía italiana que fuimos incapaces de encontrar pese a dar varias vueltas. Regresamos a Coimbra y en un gran aparcamiento al lado del río vimos una solitaria autocaravana, así es que comenzamos nuestro regreso con la esperanza de encontrar algún lugar adecuado. Pero la carretera discurría aprovechando el valle que excavaba un río y los lugares habitados aparecían todos a media ladera y en cuesta, hasta que ya casi oscureciendo pudimos ver una zona llana junto al río, a escasos 50 m del pueblo. Buscamos la entrada para lo que tuvimos que retroceder y allí nos instalamos ya anochecido. Cuando nos disponiamos a dormir las luces de un camión y luego una pequeña, pero sonora “pitada” obligó a Angel a salir. Al parecer nuestra camper había ocupado el lugar que habitualmente usaba el camión para dar la vuelta y dada la orografía de la zona, era el único disponible. Después de asegurarle que antes de las 9,30 del día siguiente nos habriamos ido, nos dispusimos para dormir.

9 de abril. Viernes
Día de regreso a casa, sin nada especial que mencionar, salvo que paramos en Vilar Formoso, pueblo en que comprobamos que ya no podiamos repetir con la misma “alegría” lo que 15 años atrás habíamos hecho, como era comprar. Las cosas estaban un poco más baratas, pero ese poco no compensaba un viaje. Y luego comida con la familia en Avila. A media tarde estábamos ya de regreso en casa y entre todos y en poco tiempo, descargamos la camper.